305. … Un pastor no puede
sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones «irregulares»,
como si fueran piedras que se lanzan sobre la vida de las personas.
Es el caso de los corazones
cerrados,
que suelen esconderse aun detrás de las enseñanzas de la Iglesia
«para sentarse en
la cátedra de Moisés y juzgar,
a veces con superioridad
y superficialidad,
los casos difíciles y las familias heridas»[349].
A causa de los
condicionamientos o factores
atenuantes, es posible que,
en medio de una situación objetiva de pecado
—que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea
de modo pleno—
se pueda vivir en gracia de Dios,
se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad,
recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia[351].
[351] En ciertos casos, podría ser también
la ayuda de los sacramentos. Por eso, «a los sacerdotes
les recuerdo que el confesionario
no debe ser una sala de torturas
sino el lugar de la misericordia del Señor»:
Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 44: AAS 105 (2013), 1038. Igualmente destaco que la Eucaristía «no es un premio
para los perfectos sino un generoso
remedio y un alimento para los débiles» ( ibíd, 47: 1039).
… Por creer que todo es blanco
o negro a veces cerramos
el camino de la gracia y
del crecimiento,
y desalentamos caminos de
santificación que dan gloria a Dios.
Recordemos que «un pequeño
paso, en medio de grandes límites humanos,
puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades»[352].
La pastoral concreta
de los ministros y de las
comunidades no puede dejar de incorporar esta realidad.
306. En cualquier circunstancia, ante quienes tengan dificultades para vivir plenamente la ley divina,
debe resonar la invitación a recorrer la via
caritatis.
La caridad fraterna es la primera ley de los cristianos
(cf. Jn 15,12;
Ga 5,14).
No olvidemos la promesa
de las Escrituras:
«Mantened un amor intenso entre vosotros, porque el amor tapa multitud de pecados»
(1 P 4,8);
«expía tus pecados con limosnas, y tus delitos socorriendo
los pobres» (Dn 4,24).
«El agua apaga el fuego ardiente y la limosna perdona los pecados» (Si 3,30). …
La lógica de la misericordia
pastoral
307. Para evitar cualquier interpretación desviada, recuerdo que de ninguna manera la Iglesia debe renunciar a proponer el ideal pleno del matrimonio, el proyecto de Dios en toda su grandeza.
…
308. Pero de nuestra conciencia del peso de las circunstancias
atenuantes
—psicológicas, históricas
e incluso biológicas—
se sigue que, «sin disminuir
el valor del ideal evangélico,
hay que acompañar con misericordia
y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las
personas que se van construyendo día a día», dando
lugar a «la misericordia
del Señor que nos estimula a hacer el bien posible»[355].
Comprendo a quienes prefieren una pastoral más rígida
que no dé lugar a confusión alguna.
Pero creo sinceramente
que Jesucristo quiere una Iglesia atenta
al bien
que el Espíritu derrama en medio de la fragilidad:
una Madre que, al mismo tiempo que expresa claramente su enseñanza objetiva, «no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino»[356].
Los pastores,
que proponen a los fieles el ideal pleno del Evangelio y la doctrina de la Iglesia,
deben ayudarles también a asumir la lógica de la compasión con los frágiles
y a evitar persecuciones
o juicios demasiado duros o impacientes.
El mismo Evangelio nos reclama que no juzguemos ni condenemos
(cf. Mt 7,1;
Lc 6,37).
Jesús «espera que
renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios
que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana,
para que aceptemos de verdad
entrar en contacto con la existencia concreta de los otros
y conozcamos la fuerza
de la ternura.
Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente»[357].
309.
… La Esposa de Cristo hace
suyo el comportamiento
del Hijo de Dios
que sale a encontrar a todos,
sin excluir ninguno»[358].
Sabe bien que Jesús mismo se presenta como Pastor de cien ovejas, no de noventa y nueve. Las quiere todas. …
310. No podemos
olvidar
que «la misericordia no es
sólo el obrar del Padre,
sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes
son realmente sus verdaderos hijos.
Así entonces, estamos llamados a vivir de misericordia,
porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia»[360].
… «la misericordia es la viga maestra
que sostiene la vida de
la Iglesia.
Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los
creyentes;
nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia»[361].
Es verdad que a
veces «nos comportamos como controladores de la gracia y no
como facilitadores.
Pero la Iglesia no es una aduana, es
la casa paterna donde hay
lugar para cada uno con su vida
a cuestas»[362].
311. … Siempre
se debe poner especial cuidado en destacar
y alentar los valores más altos y centrales del Evangelio[363],
particularmente el primado
de la caridad como respuesta a la iniciativa gratuita del amor de Dios.
A veces
nos cuesta mucho dar lugar en la pastoral al amor incondicional de Dios[364].
Ponemos tantas condiciones a la misericordia
que la vaciamos de sentido
concreto y de significación
real, y esa es la peor manera de licuar el Evangelio.
312.
Esto nos otorga un marco y un clima
que nos impide desarrollar una fría moral de escritorio al hablar sobre los temas más
delicados,
y nos sitúa más bien en
el contexto de un discernimiento
pastoral cargado
de amor misericordioso,
que siempre se inclina a comprender, a perdonar, a acompañar, a esperar, y sobre todo a integrar.
Esa es la lógica que debe predominar en la Iglesia,
para «realizar la experiencia
de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias
periferias existenciales»[366].
Invito a los fieles que están viviendo situaciones complejas, a que se acerquen
con confianza a conversar
con sus pastores o con laicos que viven entregados al Señor.
No siempre encontrarán en ellos una
confirmación de sus propias ideas o deseos,
pero seguramente
recibirán una luz
que les permita comprender
mejor lo que les sucede y
podrán descubrir un camino de maduración personal.
E invito a los pastores a escuchar
con afecto y serenidad,
con el deseo sincero de entrar en el corazón del drama de las personas y de comprender su punto de vista, para ayudarles
a vivir mejor y a reconocer su propio lugar en la Iglesia.
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